LA CIUDAD COMO ECOSISTEMA
PUERTOAYACUCHO SOSTENIBLE
Héctor Escandell García
Oficina
de Derechos Humanos del Vicariato
Catedral María Auxiliadora |
La ciudad es el producto más generalizado y evidente del modelo
civilizatorio emprendido por la humanidad a través de los distintos momentos de
su historia. En ciudades vive hoy más del 65 % de los habitantes del planeta,
llegando al 80 % en América Latina y al 90 % en nuestro país, Venezuela. Pero la ciudad no es sólo la aglomeración de
seres humanos, también y particularmente es el lugar donde convergen y se expresan las
distintas culturas, cuyas cualidades se interrelacionan de múltiples formas,
otorgándole su carácter heterogéneo. Es decir, no hay una ciudad igual a otra;
la infraestructura y el equipamiento, la historia, la función dominante, participan también en
conferirle su propia identidad.
La ciudad puede entenderse como un sistema de gran complejidad,
que aumenta geométricamente en tanto crece el número de sus pobladores y, aún
más, cuando incorporamos en el análisis a los otros sistemas vivos y elementos
naturales inertes que coexisten en ella; por ejemplo: el clima, la atmósfera,
los suelos, el subsuelo, los animales, la vegetación, los microorganismos.
Esa complejidad amerita para su comprensión un abordaje
particular, capaz de considerar la multiplicidad de hechos y relaciones que se
producen de manera dinámica y que generan como resultado las condiciones de
habitabilidad que disfrutan o sufren sus habitantes. Este enfoque debe ser
necesariamente ecológico, donde la ciudad se entienda a través de la materia
que la constituye y la energía que fluye, se transforma y se disipa desde que
entran al sistema hasta su salida, en forma de agua “potable” y residual, combustibles, electricidad,
alimentos, materiales, desechos y residuos sólidos, efluentes atmosféricos…
El ecosistema ciudad requiere de los componentes del entorno,
cercano o lejano: minerales, madera, energía fósil, agua, alimentos, productos
manufacturados, para procurar su equilibrio funcional, pero en la medida en que
lo hace produce alteraciones en el entorno donde los obtiene, que en algunos
casos, puede manejarlos (resilencia) y en otros se convierten en pasivos
ambientales y sociales (degradación de ecosistemas, la pobreza, la exclusión…).
Algo parecido ocurre con las salidas del sistema ciudad cuando depositamos en
el entorno las aguas contaminadas, los desechos y residuos, los efluentes
atmosféricos…
Con la intención de mantener o recuperar el equilibrio del
ecosistema ciudad, la sociedad ha
desarrollado centros de control propios y externos, que están a la vez en
complementariedad y en antagonismo. Así, el ecosistema ciudad está integrado
por un conjunto de sistemas: individuos, empresas, gobiernos…, que integran a
su vez el medio donde opera el ecosistema. De esta manera el ecosistema ciudad
suele tener un orden mayor que el ecosistema natural, en tanto cuenta con
diversas herramientas de orientación y regulación: el Estado, las leyes, los
reglamentos, las instituciones, la tecnología. Paradójicamente tiene un
desorden mayor debido a las conductas de los individuos, que son menos rígidas
y programadas que las de los demás seres vivos.
La ciudad es también un espacio y un mecanismo para obtener
acuerdos, ya que como centro de la civilización constituye el lugar ideal para
la política y, lamentablemente en muchos casos, para el populismo y la
demagogia. Es además un lugar de inmigración (receptora de población diversa),
donde se expresa una creciente intervención del capital financiero, que en
demasiadas ocasiones se impone sobre las necesidades de la ciudad y de sus ciudadanos; por ejemplo,
cuando se gastan dineros públicos en obras no prioritarias o en actividades que
no se reflejan en mejoras de las condiciones de vida; por no hablar de la
corrupción o la exclusión para aquellas mayorías que no pueden acceder a bienes
y servicios esenciales.
En términos generales, las ciudades latinoamericanas y entre
ellas las nuestras, se caracterizan por la precariedad de las condiciones en
las que viven la mayoría de sus habitantes. Entre estas condiciones merecen
especial atención aquellas referidas al acceso al agua potable y al saneamiento ambiental (aguas servidas y
desechos urbanos), a fuentes de energía eficientes, asequibles y no
contaminantes, además de servicios públicos de educación y salud de calidad.
Como resultado las ciudades son las principales responsables de los problemas
socioambientales.
La masificación, el ruido, la mala disposición de los desechos,
la inseguridad, la voracidad energética, la contaminación atmosférica, la
degradación del entorno, la inequidad, el consumo exacerbado de agua potable y
de todo tipo de bienes, y su condición de islas de calor y nidos de epidemias,
constituyen las principales características de nuestras ciudades. Estas condiciones
son evidentemente contrarias al objetivo superior que es proporcionar vida de
calidad a la sociedad.
Lo dicho, evidencia la crisis persistente en la gestión de las
ciudades, derivada de la incapacidad de entenderlas en su complejidad y el
predominio de criterios economicistas y populistas clientelares en la toma de
decisiones en el ámbito urbano.
La ciudad venezolana típica vive en permanente transformación,
modificando irreversiblemente el medio natural donde se asienta y afectando de
forma sustantiva el entorno. En la ciudad todo se ha convertido en mercancía y
se ha impuesto la lógica de la producción, la obtención de beneficios
económicos individuales, en el marco de un mercado creciente. Todo lo que se
construye está hecho para ser destruido; no hay acumulación de patrimonio y la
historia se diluye. La improvisación y la especulación constituyen las
prácticas de gestión dominantes.
Este retrato genérico de la mayoría de las ciudades
venezolanas, a mi entender pertinente para Puerto Ayacucho, constituye el
obstáculo principal hacia la transición a la sostenibilidad, planteada en
distintos foros globales y que en algunas naciones ha logrado significativos
adelantos en la procura de humanizar los espacios urbanos.
Av. 23 de Enero |
Si bien en las actuales condiciones económicas y sociopolíticas
del país, podría parecer ocioso y sin sentido invertir tiempo y energía en
pensar en las posibilidades de cambios estructurales, que viabilicen una
condición general de vida digna para la gran mayoría de la sociedad venezolana
y, en particular para nuestra ciudad y sus habitantes, creemos pertinente
estimular el ejercicio de imaginar a Puerto Ayacucho como una ciudad
sostenible, capaz de brindar vida de calidad a todos.
En el tránsito por la utopía, entendida como el esfuerzo racional
por reinventarnos, humanizándonos, seguidamente planteamos algunos temas que
podrían contribuir al paso desde la sobrevivencia característica e indeseable
hacia el vivir bien.
Para ser sostenible, la ciudad debe ser bien administrada; por
tanto, hay que preparase bien y previamente para ello. Deben establecerse
sistemas de controles eficientes y participativos, mientras que
paralelamente deben crearse las
condiciones para que la ciudad no resulte excluyente. Como vemos, no es tarea
fácil como para dejarla en manos de políticos típicos.
Puerto Ayacucho en su singularidad presenta no sólo
características propias de su ubicación geográfica, asociadas al trópico, al
río Orinoco o la geología y el paisaje donde se emplaza, sino que también es
escenario de procesos sociales complejos, cuyo análisis ameritaría estudios de
especialistas; sin embargo, a los efectos de este texto debemos mencionar dos
que resultan muy relevantes. Por una parte, Puerto Ayacucho ha sido y es
hoy con mayor intensidad centro receptor
de población indígena proveniente del interior del estado. Población con una
gran diversidad cultural entre ella y cuyos motivos son también diversos;
probablemente, antes en busca de mejores condiciones de vida y hoy por mantener
la vida ante la situación de anomia que prevalece en esos territorios. A ello
debemos añadir la incorporación creciente de población no indígena, nacionales
y extranjeros, que en conjunto compiten por espacios y recursos cada vez más
escasos, originando la precariedad que en general experimentamos todos los que
aquí vivimos, ante la ineficacia acumulada de los gobiernos en proveer
condiciones satisfactorias para la vida humana.
El otro proceso a destacar se refiere a la conversión de Puerto
Ayacucho en escenario de la implementación de un modelo extractivista minero
ilegal, que si bien no acoge propiamente a la mina y su particular dinámica,
resulta el epicentro de las decisiones políticas que lo permiten (o se oponen
con poca fuerza): el tránsito de combustible y otras mercancías, incluyendo
alimentos escasos; atención médica; servicios financieros; los permisos de
movilización de personas; las acciones de control y una parte del comercio del
producto (oro), entre otras, que en conjunto han trastocado el funcionamiento
tradicional de la ciudad. La economía, como expresión final del inter
relacionamiento social, muestra su peor cara: escasez, altos precios,
especulación, lo que ha motivado una competencia poco racional entre sus
habitantes, que se expresa en la pérdida de valores esenciales para la vida en
sociedad. Esta situación acompaña la degradación sostenida del equipamiento
urbano, especialmente centros de salud y educación, vialidad, transporte
público, agua potable y energía eléctrica.
A título meramente indicativo, entre los objetivos a alcanzar
para lograr que Puerto Ayacucho vaya hacia la
sostenibilidad, entre otros, tenemos:
ü Elevar las condiciones
de vida de todos.
ü Cubrir
satisfactoriamente las necesidades básicas de todos.
ü Garantizar el mayor
nivel de seguridad pública y personal posible.
ü Ofrecer vivienda digna
para todos.
ü Mantener condiciones de
salud e higiene satisfactorias, acorde con los parámetros internacionales.
ü Dotar de sistemas de
educación transformadora
y de calidad.
ü Propiciar la cohesión
social
Entre los principales retos a enfrentar podemos señalar:
ü Lograr la mayor
autosuficiencia energética,
mediante el aprovechamiento de la
energía solar y el caudal del río Orinoco, convertido en energía
hidroeléctrica.
ü Impulsar diseños de infraestructura
ecológica para la vivienda y los servicios, aprovechando materiales locales.
ü Implementar sistemas de
aprovisionamiento de agua para el
consumo humano y de tratamiento para el reuso en actividades agrícolas,
industriales, de riego y para su devolución al ecosistema en condiciones
apropiadas. Los ríos Cataniapo, Orinoco y otros afluentes del sector norte,
hacia donde se expande la ciudad, presentan características apropiadas para
estos fines.
ü Establecer sistemas
sostenibles de recolección y disposición de los distintos tipos de desechos.
ü Promover y regular sistemas de transportes
públicos eficientes y no contaminantes, reduciendo sustancialmente el consumo
de combustibles fósiles.
ü Dotar y mantener el
mayor número de árboles, parques, plazas y áreas verdes comunes.
ü Fomentar la agricultura
urbana familiar y ecológica.
ü Desarrollar las
capacidades para el uso turístico y recreativo del río Orinoco.
ü Fortalecer el
protagonismo y la organización social.
ü Generar condiciones
para el trabajo productivo, socialmente protegido por el Estado, que fortalezca
la economía urbana sostenible.
ü Incentivar el
mantenimiento y la rehabilitación de la infraestructura.
ü Normar el crecimiento
urbano y especialmente el uso sustentable del agua.
Sin duda es una tarea ardua pero
necesaria; requiere un esfuerzo integral: técnico, financiero y sobre todo de
la voluntad de todos para transformar
esta realidad injusta en otra más ética, más digna de la condición humana.
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