miércoles, 6 de febrero de 2019


LA CIUDAD COMO ECOSISTEMA
PUERTOAYACUCHO SOSTENIBLE
       
Héctor Escandell García
Oficina de Derechos Humanos del Vicariato

Catedral María Auxiliadora
La ciudad es el producto más generalizado y evidente del modelo civilizatorio emprendido por la humanidad a través de los distintos momentos de su historia. En ciudades vive hoy más del 65 % de los habitantes del planeta, llegando al 80 % en América Latina y al 90 % en nuestro país, Venezuela.  Pero la ciudad no es sólo la aglomeración de seres humanos, también y particularmente es el  lugar donde convergen y se expresan las distintas culturas, cuyas cualidades se interrelacionan de múltiples formas, otorgándole su carácter heterogéneo. Es decir, no hay una ciudad igual a otra; la infraestructura  y el  equipamiento, la historia,  la función dominante, participan también en conferirle su propia identidad.
La ciudad puede entenderse como un sistema de gran complejidad, que aumenta geométricamente en tanto crece el número de sus pobladores y, aún más, cuando incorporamos en el análisis a los otros sistemas vivos y elementos naturales inertes que coexisten en ella; por ejemplo: el clima, la atmósfera, los suelos, el subsuelo, los animales, la vegetación, los microorganismos.
Esa complejidad amerita para su comprensión un abordaje particular, capaz de considerar la multiplicidad de hechos y relaciones que se producen de manera dinámica y que generan como resultado las condiciones de habitabilidad que disfrutan o sufren sus habitantes. Este enfoque debe ser necesariamente ecológico, donde la ciudad se entienda a través de la materia que la constituye y la energía que fluye, se transforma y se disipa desde que entran al sistema hasta su salida, en forma de agua “potable” y  residual, combustibles, electricidad, alimentos, materiales, desechos y residuos sólidos, efluentes atmosféricos…
El ecosistema ciudad requiere de los componentes del entorno, cercano o lejano: minerales, madera, energía fósil, agua, alimentos, productos manufacturados, para procurar su equilibrio funcional, pero en la medida en que lo hace produce alteraciones en el entorno donde los obtiene, que en algunos casos, puede manejarlos (resilencia) y en otros se convierten en pasivos ambientales y sociales (degradación de ecosistemas, la pobreza, la exclusión…). Algo parecido ocurre con las salidas del sistema ciudad cuando depositamos en el entorno las aguas contaminadas, los desechos y residuos, los efluentes atmosféricos…
Con la intención de mantener o recuperar el equilibrio del ecosistema ciudad, la sociedad  ha desarrollado centros de control propios y externos, que están a la vez en complementariedad y en antagonismo. Así, el ecosistema ciudad está integrado por un conjunto de sistemas: individuos, empresas, gobiernos…, que integran a su vez el medio donde opera el ecosistema. De esta manera el ecosistema ciudad suele tener un orden mayor que el ecosistema natural, en tanto cuenta con diversas herramientas de orientación y regulación: el Estado, las leyes, los reglamentos, las instituciones, la tecnología. Paradójicamente tiene un desorden mayor debido a las conductas de los individuos, que son menos rígidas y programadas que las de los demás seres vivos.
La ciudad es también un espacio y un mecanismo para obtener acuerdos, ya que como centro de la civilización constituye el lugar ideal para la política y, lamentablemente en muchos casos, para el populismo y la demagogia. Es además un lugar de inmigración (receptora de población diversa), donde se expresa una creciente intervención del capital financiero, que en demasiadas ocasiones se impone sobre las necesidades de  la ciudad y de sus ciudadanos; por ejemplo, cuando se gastan dineros públicos en obras no prioritarias o en actividades que no se reflejan en mejoras de las condiciones de vida; por no hablar de la corrupción o la exclusión para aquellas mayorías que no pueden acceder a bienes y servicios esenciales.
En términos generales, las ciudades latinoamericanas y entre ellas las nuestras, se caracterizan por la precariedad de las condiciones en las que viven la mayoría de sus habitantes. Entre estas condiciones merecen especial atención aquellas referidas al acceso al agua potable y  al saneamiento ambiental (aguas servidas y desechos urbanos), a fuentes de energía eficientes, asequibles y no contaminantes, además de servicios públicos de educación y salud de calidad. Como resultado las ciudades son las principales responsables de los problemas socioambientales.
La masificación, el ruido, la mala disposición de los desechos, la inseguridad, la voracidad energética, la contaminación atmosférica, la degradación del entorno, la inequidad, el consumo exacerbado de agua potable y de todo tipo de bienes, y su condición de islas de calor y nidos de epidemias, constituyen las principales características de nuestras ciudades. Estas condiciones son evidentemente contrarias al objetivo superior que es proporcionar vida de calidad a la sociedad.
Lo dicho, evidencia la crisis persistente en la gestión de las ciudades, derivada de la incapacidad de entenderlas en su complejidad y el predominio de criterios economicistas y populistas clientelares en la toma de decisiones en el ámbito urbano.
La ciudad venezolana típica vive en permanente transformación, modificando irreversiblemente el medio natural donde se asienta y afectando de forma sustantiva el entorno. En la ciudad todo se ha convertido en mercancía y se ha impuesto la lógica de la producción, la obtención de beneficios económicos individuales, en el marco de un mercado creciente. Todo lo que se construye está hecho para ser destruido; no hay acumulación de patrimonio y la historia se diluye. La improvisación y la especulación constituyen las prácticas de gestión dominantes.
Este retrato genérico de la mayoría de las ciudades venezolanas, a mi entender pertinente para Puerto Ayacucho, constituye el obstáculo principal hacia la transición a la sostenibilidad, planteada en distintos foros globales y que en algunas naciones ha logrado significativos adelantos en la procura de humanizar los espacios urbanos.

Av. 23 de Enero
Si bien en las actuales condiciones económicas y sociopolíticas del país, podría parecer ocioso y sin sentido invertir tiempo y energía en pensar en las posibilidades de cambios estructurales, que viabilicen una condición general de vida digna para la gran mayoría de la sociedad venezolana y, en particular para nuestra ciudad y sus habitantes, creemos pertinente estimular el ejercicio de imaginar a Puerto Ayacucho como una ciudad sostenible, capaz de brindar vida de calidad a todos.
En el tránsito por la utopía, entendida como el esfuerzo racional por reinventarnos, humanizándonos, seguidamente planteamos algunos temas que podrían contribuir al paso desde la sobrevivencia característica e indeseable hacia el vivir bien.
Para ser sostenible, la ciudad debe ser bien administrada; por tanto,  hay que preparase bien y  previamente para ello. Deben establecerse sistemas de controles eficientes y participativos, mientras que paralelamente  deben crearse las condiciones para que la ciudad no resulte excluyente. Como vemos, no es tarea fácil como para dejarla en manos de políticos típicos.
Puerto Ayacucho en su singularidad presenta no sólo características propias de su ubicación geográfica, asociadas al trópico, al río Orinoco o la geología y el paisaje donde se emplaza, sino que también es escenario de procesos sociales complejos, cuyo análisis ameritaría estudios de especialistas; sin embargo, a los efectos de este texto debemos mencionar dos que resultan muy relevantes. Por una parte, Puerto Ayacucho ha sido y es hoy  con mayor intensidad centro receptor de población indígena proveniente del interior del estado. Población con una gran diversidad cultural entre ella y cuyos motivos son también diversos; probablemente, antes en busca de mejores condiciones de vida y hoy por mantener la vida ante la situación de anomia que prevalece en esos territorios. A ello debemos añadir la incorporación creciente de población no indígena, nacionales y extranjeros, que en conjunto compiten por espacios y recursos cada vez más escasos, originando la precariedad que en general experimentamos todos los que aquí vivimos, ante la ineficacia acumulada de los gobiernos en proveer condiciones satisfactorias para la vida humana.
El otro proceso a destacar se refiere a la conversión de Puerto Ayacucho en escenario de la implementación de un modelo extractivista minero ilegal, que si bien no acoge propiamente a la mina y su particular dinámica, resulta el epicentro de las decisiones políticas que lo permiten (o se oponen con poca fuerza): el tránsito de combustible y otras mercancías, incluyendo alimentos escasos; atención médica; servicios financieros; los permisos de movilización de personas; las acciones de control y una parte del comercio del producto (oro), entre otras, que en conjunto han trastocado el funcionamiento tradicional de la ciudad. La economía, como expresión final del inter relacionamiento social, muestra su peor cara: escasez, altos precios, especulación, lo que ha motivado una competencia poco racional entre sus habitantes, que se expresa en la pérdida de valores esenciales para la vida en sociedad. Esta situación acompaña la degradación sostenida del equipamiento urbano, especialmente centros de salud y educación, vialidad, transporte público, agua potable y energía eléctrica.
A título meramente indicativo, entre los objetivos a alcanzar para lograr que Puerto Ayacucho vaya hacia la  sostenibilidad, entre otros, tenemos:
ü   Elevar las condiciones de vida de todos.
ü   Cubrir satisfactoriamente las necesidades básicas de todos.
ü   Garantizar el mayor nivel de seguridad pública y personal posible.
ü   Ofrecer vivienda digna para todos.
ü   Mantener condiciones de salud e higiene satisfactorias, acorde con los parámetros internacionales.
ü   Dotar de sistemas de educación transformadora y de calidad.
ü   Propiciar la cohesión social

Entre los principales retos a enfrentar podemos señalar:

ü   Lograr la mayor autosuficiencia               energética, mediante el  aprovechamiento de la energía solar y el caudal del río Orinoco, convertido en energía hidroeléctrica.
ü   Impulsar diseños de infraestructura ecológica para la vivienda y los servicios, aprovechando materiales locales.
ü   Implementar sistemas de aprovisionamiento  de agua para el consumo humano y de tratamiento para el reuso en actividades agrícolas, industriales, de riego y para su devolución al ecosistema en condiciones apropiadas. Los ríos Cataniapo, Orinoco y otros afluentes del sector norte, hacia donde se expande la ciudad, presentan características apropiadas para estos fines.
ü   Establecer sistemas sostenibles de recolección y disposición de los distintos tipos de desechos.
ü Promover y regular sistemas de transportes públicos eficientes y no contaminantes, reduciendo sustancialmente el consumo de combustibles fósiles.
ü   Dotar y mantener el mayor número de árboles, parques, plazas y áreas verdes comunes.
ü   Fomentar la agricultura urbana familiar y ecológica.
ü   Desarrollar las capacidades para el uso turístico y recreativo del río Orinoco.
ü   Fortalecer el protagonismo y la organización social.
ü   Generar condiciones para el trabajo productivo, socialmente protegido por el Estado, que fortalezca la economía urbana sostenible.
ü   Incentivar el mantenimiento y la rehabilitación de la infraestructura.
ü   Normar el crecimiento urbano y especialmente el uso sustentable del agua.

Sin duda es una tarea ardua pero necesaria; requiere un esfuerzo integral: técnico, financiero y sobre todo de la voluntad de todos para transformar  esta realidad injusta en otra más ética, más digna de la condición humana.
 
Áparo Acústico
Mirador CAICET



No hay comentarios:

Publicar un comentario