jueves, 23 de enero de 2020


REFLEXIONES SOBRE EL FUTURO
Un reto para los jóvenes
 I PARTE 

Por: Héctor Escandell García
Oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho

Queremos presentar al Autor del presente artículo, generoso colaborador de nuestra Revista La Iglesia en Amazonas y de la Oficina de Derechos Humanos de nuestro Vicariato. Nos expone con mucha transparencia, sus muchas vivencias en distintos ámbitos: social, económico y político, que han moldeado su pensamiento en el tiempo, para el reconocimiento e interpretación de la realidad, aplicando un enfoque sistémico basado en sistemas socio ecológico, que articulan al ser humano, con su especie y con la naturaleza. Egresado de la UCV en 1979, hizo una especialización en  planificación del desarrollo de áreas amazónicas en la Universidad Federal de Pará (Brasil, 1989), profundizando, a título propio, su formación académica en los campos de ambiente, economía y ecología humana. Es docente universitario, desde hace más de 25 años (UCV, UPEL, UNEFA, UBV, USM), en Pre y Post grado. 

Trabajó en la Administración Pública durante 37 años. En los últimos tres años ha estado dedicado a la promoción de los Derechos Humanos de los pueblos indígenas y de los Derechos de la Naturaleza, en el marco de la ecología integral. De allí se conforma su formación política, aderezada por las vivencias, el estudio y la praxis permanente (6 décadas) en el ambiente amazónico que ha sido su campo de trabajo, su hogar y donde formó su familia, desde hace 39 años. Al preguntársele cómo se “clasificaría”, nos precisó: “Me considero humanista, pacifista, demócrata, cristiano-católico y ambientalista”. Y, desde la perspectiva del otro, cree que puede “caber” en la izquierda, en el centro y en la derecha: “El reduccionismo intelectual, en nuestro tiempo histórico – puntualiza – no tiene cabida ni justificación. En todo caso, si debo ubicarme, prefiero hacerlo en la utopía”.

A modo de introducción
 Considero necesario precisar algunos planteamientos. Desde mi posición reconozco una realidad poco satisfactoria; siento que el futuro me fue robado y el presente está siendo secuestrado; sin embargo, desde la utopía, entendida como camino para transitar en procura de la vida digna que merecemos, siento que están presentes las condiciones para la transformación que creo necesaria e ineludible. Mi aporte aquí, si es que hubiera alguno, se inscribe en el marco referencial que acabo de puntualizar, por tanto, no esperen otra cosa, primero porque la realidad es, como nunca, compleja y nadie posee individualmente la capacidad de analizarla; y, segundo, porque estoy consciente de mis limitaciones. La mayor parte de lo que voy a plantear seguidamente, ha sido dicho y presentado por escrito en diferentes momentos. Las circunstancias actuales, la reflexión sobre ellas, orientan estos planteamientos, concebidos desde la condición amazónica y desde una perspectiva de la globalidad que caracteriza la dinámica socio política.

Democracia y sus sub-sistemas: social, político, económico, ambiental
Cuando menciono mi condición de demócrata, no me refiero a cualquier democracia. Comprendo que la democracia, como sistema socio político, es la mejor opción para entendernos y procurar materializar satisfactoriamente nuestros derechos y viabilizar dignamente nuestros deberes, en tanto es un sistema perfectible y toda la sociedad es protagonista. Creo que debemos ir hacia una mayor y mejor democracia; no se trata en ningún modo de volver al pasado, se trata de incorporar los aprendizajes propios y ajenos para la formación de un sistema que sea capaz de cumplir lo que debe ser su objetivo central: el reconocimiento activo de la dignidad humana, ajustando los medios hacia el logro del mayor bienestar, a través de la participación protagónica, en el marco de la justicia y la sostenibilidad de los procesos humanos. Es decir, un sistema socio político que no esté basado en la justicia, la inclusión, el reconocimiento del otro, la diversidad, equidad de género y la sostenibilidad, no es democrático. Un sistema que violente, por cualquier razón, los derechos humanos, no es democracia.

 El logro de estos y otros objetivos, está indisolublemente atado a las formas mediante las cuales resolvemos parte de las necesidades humanas, los conflictos derivados del subsistema económico. En la democracia en la que creo, el subsistema económico, la economía, está al servicio del subsistema social, de la gente; es decir la economía al servicio de la sociedad y no al revés, como ha sido hasta ahora. El subsistema social, en términos generales, ha retrocedido a una fase primaria; la mayoría de los venezolanos ha postergado la satisfacción de necesidades superiores, como la afiliación, el reconocimiento y la auto realización, para concentrar su esfuerzo en la procura de satisfacer necesidades de supervivencia, necesidades de orden material como la alimentación, el vestido, el techo, inmovilizándose así para avanzar en metas de orden post material: estudio, participación, ocio constructivo…, que en el pasado reciente ocupaban un lugar prioritario en la vida de muchos venezolanos, incluso entre aquellos grupos sociales más desfavorecidos. La acción para el logro ha sido sustituida por la pasividad indolente en un número importante de personas. Los antivalores parecen prevalecer en la conducta de sectores minoritarios de la población y, en muchos casos, son promovidos por quienes deberían combatirlos, haciendo que su efecto sobre la conciencia social se multiplique, enfrentando a la sociedad consigo misma.

El subsistema económico está condicionado por el subsistema ambiental – ecológico. Las actividades económicas deben estar soportadas por el criterio general de la sustentabilidad de los ecosistemas y de los procesos naturales que soportan la vida. Los subsistemas económico y social, ajustados a criterios de sostenibilidad, implican, entre otras cosas, la modificación del subsistema energético dominante y de los modos de producción y consumo de bienes y materiales. Esto es neurálgico para cambiar las relaciones de poder que nos han traído hasta aquí. El sub sistema político, en la democracia en la que creo, está al servicio del sub sistema social. Los partidos políticos deben dejar de ser maquinarias electorales y distribuidores y receptores de prebendas, para convertirse en espacios propicios para el debate de ideas, tal como formalmente fueron concebidos, y los políticos deben entenderse como servidores de la sociedad y no que ésta esté a su servicio. Los políticos no deben seguir abrogándose la pretensión de hablar y actuar en nombre del pueblo, de la sociedad, sin estar dispuestos a ser sistemáticamente evaluados y tratados en consecuencia de sus acciones. En síntesis, creemos en una democracia que permita el pleno  desarrollo de la vida  de los individuos, en el marco de la solidaridad, la paz, la justicia y todos esos valores sociales por los que la humanidad se distingue.

Cambio de perspectiva de la sociedad venezolana
Todo lo anterior conlleva a un cambio radical en la perspectiva de la sociedad venezolana. Estamos conscientes de la diversidad y la magnitud de los intereses de toda índole que se han arraigado en la mala democracia; sabemos que se sentirán afectados y que ellos trascienden cada vez más lo local, lo nacional, y que muchos de ellos tienen un alcance global, que sintetiza al sistema económico – político dominante. Por ejemplo: el patrón energético que sostiene la industrialización, las relaciones inequitativas entre regiones y estados, los nuevos extractivismos de exportación, la miltarización, la guerra, la salud y la alimentación como negocio…, todo eso que estudia la  llamada geopolítica, representa esos intereses perversos. Sin embargo, también estamos al tanto que la crisis del modelo dominante es de igual manera global, y que la conciencia informada, creciente de la humanidad, presiona cada día para cambiar lo que hay que cambiar. La pregunta es si continuaremos al margen del tren de la historia o si por fin decidiremos subir.

El debate necesario sobre el concepto de desarrollo
Otro término que requiere ser sometido a revisión y reflexión, es el llamado desarrollo, que desde que fue asumido, desde la biología, por las ciencias sociales y especialmente por la economía y los políticos, ha servido de comodín para pretender justificar cualquier aberración. Por ejemplo, hay que extraer más minerales, deforestar más bosques, industrializarnos a cualquier costo, porque eso es desarrollo; mientras que los resultados sociales y ambientales dejan mucho que desear, como lo demuestran las cifras inocultables de muerte prematura, desnutrición, hambre, carencia de agua potable, desplazamientos forzosos, conflictos bélicos y degradación ambiental, entre otros temas.
El debate sobre el desarrollo, aquí y en la mayor parte del planeta se estanca en cifras macroeconómicas, en grandes proyectos de infraestructura y en resultados de políticas públicas “sociales”, fundamentalmente asistencialistas y en consecuencia insostenibles. En el primer grupo tenemos seudo indicadores de bienestar como el PIB, las reservas monetarias, el ingreso medio por habitante, entre otros; en el segundo tenemos las inversiones en transporte, generación de energía eléctrica, establecimientos industriales, minería; y, en el tercer grupo, la alfabetización, la escolaridad, la protección social, la cobertura sanitaria, el salario… Las primeras nada dicen de la equidad distributiva; las otras difícilmente soportan una evaluación de calidad, sostenibilidad y transparencia.

En nuestra idea de democracia, el desarrollo debe tener un rostro humano, incluyente, soportado en indicadores verificables de vida digna, vida de calidad. No se trata de sobrevivir, sino de vivir  plenamente, en paz entre nosotros y en armonía con la naturaleza, entendida ésta más allá de simple proveedora de servicios y recursos. Es necesario trabajar en otro desarrollo, u otro término que abarque esas condiciones, que además reconozca la diversidad socio cultural y biológica y que, en consecuencia, supere posiciones de dominio centralista y permita la gestión acertada de las posibilidades que ofrece cada espacio geográfico, en el marco de una estrategia de solidaridad y complementariedad. Así, no se trata de definir un modelo, sino tantos modos como sea necesario, para que ser y hacer sean más importantes que tener; para devolverle el protagonismo a los individuos y a la sociedad; potenciando la función social y ética de la economía, que sustente el necesario compromiso intra e inter generacional, y el mantenimiento y mejoramiento de las condiciones esenciales para la vida. Superar el tan criticado modelo rentista petrolero, basado ahora en la diversificación de las  exportaciones primarias, que no es más que la descapitalización sostenida de la nación venezolana, requiere cambiar muchas cosas; entre ellas la forma de hacer política y la calidad de la organización social. De lo primero hemos hablado, de lo segundo vamos a referir algunos planteamientos.

El objetivo estratégico para la nueva democracia, debe ser una organización social fuerte, autónoma y capaz de regular legítimamente a los gobernantes; que de esta manera permita construir un estado al servicio de los ciudadanos y no al revés, como ha sido característico casi durante toda la época republicana. Debemos tener presente que el surgimiento de los estados, como construcción social,  respondió fundamentalmente a los intereses de clases sociales dominantes y que su estructura fue diseñada para responder a esos intereses. Por tanto, es imprescindible superar las viejas estructuras de organización social, incluyendo los partidos políticos de metodología estalinista donde unos pocos se apropian de los mecanismos de decisión.

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