Mantenerse en la cultura y defender la Madre Tierra
Por Minerva Vitti Rodríguez*
Por Revista SIC |febrero 22, 2022|Dignidad y Persona
A medida que los jóvenes indígenas se adentran en su búsqueda identitaria también
se enteran de los conflictos socioambientales y las amenazas culturales que
enfrentan como pueblos. El reconocimiento y la protección de sus territorios
constituyen una condición fundamental para la supervivencia física y cultural
¿Cuál
es el lugar que tengo dentro del pueblo indígena? ¿Cuál es la historia
territorial de dónde vengo? Son algunas de las preguntas que se hacen los
jóvenes indígenas, quienes permanentemente viven asediados por gobiernos donde
prevalece una lógica extractivista, de seguridad e integridad geopolítica,
sustentada en el control y militarización de territorios ricos en bienes
naturales para su explotación.
En
Venezuela, donde la minería aurífera se ha agudizado en los estados Bolívar y
Amazonas, por la crisis económica y por la expansión de la Zona de Desarrollo
Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, un proyecto que se ejecuta sin la
consulta previa, libre e informada a los pueblos indígenas; sin estudios de
impacto ambiental y sociocultural; y sin responder a la deuda histórica de la
demarcación de los territorios indígenas; muchos jóvenes han encontrado parte
de la solución a sus necesidades materiales en esta actividad.
Pero
lo anterior también se extiende a otros países del continente como Chile, donde
los indígenas mapuches luchan contra la industria forestal que cada día
deforesta sus territorios; o Guatemala y Honduras, donde indígenas mayas y
garífunas, viven la desintegración de sus familias producto de la migración
forzada.
A
través de las voces de jóvenes indígenas de estos países nos adentramos en los
mecanismos de resistencia que practican para garantizar la supervivencia y sus
formas de vida fuera y dentro de sus territorios.
Guardianes territoriales
indígenas
Uno
de los mecanismos de protección que tienen los pueblos indígenas son los
guardianes territoriales, que actúan como mediadores de conflictos y en la
concientización y protección del territorio:
“La minería es como una
enfermedad, uno tiene que tratarla desde la raíz, desde cómo comenzó. Si yo no
actúo, si yo no hablo con mi familia, ¿quién lo hará por mí? Tenemos que
levantarnos y luchar en contra de esto, porque ya muchos tienen otra cultura.
Una vez mi abuela me dijo estas palabras que nunca se me olvidan: ‘Nieta,
estudia y aprende, pero eso sí, no se te olviden tres cosas: ama tu territorio,
cuida tu territorio y sea parte de él’”, dice Cecilia García1, indígena
uwottüja y una de las guardianas territoriales indígenas en Amazonas,
Venezuela.
En
Gran Sabana, al sureste del estado Bolívar, esta forma de organización, también
ha sido la respuesta de la comunidad para protegerse de foráneos que llegan a
sus territorios tanto a ejercer la minería, como a cometer actos delictivos.
La
otra manera de proteger es caminando los territorios durante semanas, como lo
hacen los indígenas yekuana y yanomami. En esta práctica ejercen sus
autodemarcaciones y planes de vida, que son resultado de procesos de
empoderamiento de los pueblos y comunidades indígenas, como sujetos de derecho
de su territorio.
El retorno hacia
nosotros mismos
Para
Eduardo Urqueta Huenuman, indígena mapuche, ha sido un largo camino
reidentificarse con su cultura y volver al lugar de dónde es, porque
actualmente los jóvenes indígenas viven una tensión fuerte entre lo que son y
lo que les está ofreciendo la cultura occidental; y en este proceso muchos se
aculturan.
En
Temuco, capital de la Araucanía, que es la región con la mayor cantidad de
habitantes mapuches en el país, fue donde vio la mayor discriminación de parte
de los chilenos hacia los mapuches, especialmente hacia personas que hablan el
mapudungun y usan sus vestimentas tradicionales dentro de la ciudad.
“Ese fue uno de los
principales motivos que me empezó a hacer ruido, de ver estas situaciones y yo
no tener ninguna intervención. Ya estaba cansado de estar dentro de un sistema
económico donde tienes que trabajar nueve horas al día, con dos días libres a
la semana, sin tener tiempo para aprovechar los recursos que tú tienes, estando
endeudado toda la vida, un modelo que particularmente no me agrada”, dice
Eduardo. Así que tomó la decisión de volver a trabajar a Tirúa.
En
Tirúa comenzó a liderar a un grupo de jóvenes:
“Nosotros comenzamos a
buscar nuestra identidad como mapuche lafkenche, que es el que vive cerca del
mar, a contactar personas que tuvieran conocimiento cultural y estuvieran
dispuestos a enseñarnos”. En esta vuelta a sus raíces, se percataron de los
conflictos socio-ambientales con la industria forestal: “Imposible es volver a
tener todo el bosque nativo que existía, pero de a poco yo creo que vamos a
tratar de ir reforestando y un trabajo que se está haciendo en las zonas de
Tirúa”.
Resistir desde la
espiritualidad
Félix
es del pueblo maya mam. Nació en Concepción Tutuapa, departamento de San
Marcos, Guatemala, y nunca ha vivido fuera de su territorio. Habla del
principio de la armonía, la paz y la tranquilidad de la naturaleza y con todos
los ecosistemas. Dice que estos no deben verse como recursos sino como un
elemento en donde todos somos parte esencial y principal de un todo. Donde cada
uno por muy pequeño que sea tiene una función, cumple un rol, y si este se
llegara a alterar o a faltar habría una gran ruptura y ya no se podría dar el
Buen Vivir.
“Nuestro
reto como jóvenes en contra de la corriente dominante actual, en este mundo del
consumismo, del menor esfuerzo, es revalorar las prácticas y los principios de
nuestra cultura para poder transmitirlo a los demás siempre viendo hacia
adelante, siempre andando con la piel, el rostro, y el corazón indígena maya
mam para poder legar a las futuras generaciones un mundo mejor, un mundo
especial desde nuestro espacio, desde nuestro vivir las experiencias, el
interactuar cada día, cada momento, cada instante de nuestra vida”, destaca
Félix.
La
migración: venimos del lugar donde está nuestro corazón
Monserrat,
es de la etnia garífuna, nació en Honduras, pero actualmente está estudiando
Ciencias Políticas en Nicaragua. Insiste en que las personas pueden migrar sin
renunciar a su origen:
“Lo negativo que veo es
cuando salen de las comunidades a la ciudad o a otro país y adoptan otra
cultura, dejan de hablar su lengua, dejan de practicar sus danzas, ya no viven
su espiritualidad. Nosotros tenemos que vivir nuestra propia realidad, tenemos
que aceptarnos tal como somos donde sea que nosotros estemos, donde sea que
nosotros lleguemos tenemos que mostrar realmente quiénes somos y de dónde
venimos. Podemos adaptarnos a la cultura, pero sin olvidar la nuestra, podemos
aprender el idioma del lugar donde estamos sin dejar el nuestro”.
De
acuerdo a su creencia los ancestros viven dentro de ellos, entonces cuando la
persona empieza a reprochar lo que es, comienza a enfermar.
Para
los jóvenes indígenas –y se diría que para todos los seres humanos– el resto
sigue siendo redescubrir su verdadero lugar y entenderse a sí mismos para no
terminar contradiciendo su propia realidad.
¿Cómo
nos organizamos como comunidad para denunciar aquello que nos mata y anunciar
paradigmas alternativos al desarrollo, que muchas veces ya practicamos a escala
local? Saberes que sin duda deberán ser integrados a la educación.
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